Lejos

Todo el rato lo mismo al fondo: una puta línea que separa dos azules. Aunque mejor pensado, déjala estar así tranquila: prefiero un horizonte recto y aburrido, a que se ponga bravo, nos haga cabecear, y…

─¡Ya vaaaa! ¡Qué no vagueo! Sólo estaba respirando un momento.

Cabronazo. Que bien se vive en la cabina, ¿no? Quisiera verte yo en cubierta, bregando con las redes, las gavetas y el hielo, currando con las manos y el alma. Ni una campaña aguantabas: ni una. Pero bueno, ¿cómo estarán en casiña? El cativo empezaba estos días el curso, y ya en «el cole de los mayores». Como me jode no poder estar allí para verlo, seguro que va todo nervioso. Con lo que saque de esta faena le voy a comprar el estuche con más rotuladores que se fabrique, para que todos sus amiguetes…

─¡Hostia tío! ¡Fíjate donde atas los cabos que vamos a tener un accidente, carallo!

Este novato no vale un duro: todo el día mareado, no le gusta el rancho, no sabe el oficio. Marinero de agua dulce: eso es lo que es.

─¡Trinca ahí, hombre! Que no voy a ser yo el único que doble el espinazo aquí atrás.

En fin… allá se va otra vez la línea, pero sin perderla de vista. Los redeiros nunca vemos futuro en nada, porque estamos acostumbrados a que desde la popa siempre se vea todo más lejos: no hay nada que llegue, todo se va.

¡Qué triste! ¡Estoy ya harto de viento en la cara y salitre en los huesos, de estar sin los míos, de la dureza del salario! Tenía que haber estudiado, como decía mi santa nai. Cuando vuelva, lo prometo por la Virgen del Carmen, iré a visitarla con mi María y con el niño. O tal vez las llame a las dos, cuando me toque, desde la sala de camarotes, porque seguro que están sufriendo y rezando. Como siempre han hecho las esposas y madres del mar. Pero se lo compensaré, pienso…

─¡Qué sí, pesado! ¡Qué ya voy! Ya sé lo que toca.

Tendré que bajar a la bodega. Donde hay patrón…


Redactado para la convocatoria de marzo (horizonte), de Divagacionistas.