Cucharita

La noche en la fábrica ha sido movidita, y llego algo más que destemplada. No tomo nada porque tengo más sueño que hambre, así que voy directa al dormitorio. Subo las escaleras descalza y entro en el cuarto sin hacer ruido: falta poco para que suene su despertador, y quiero que lo aproveche, que no se desvele y vaya luego conduciendo con sueño antes de la salida del sol.

Me acerco a la cama y, con la sola claridad de las farolas que entra por las rendijas de la persiana, voy desnudándome. Lo normal con este tiempo sería ponerse un pijama bien gordo, sacrificar el glamour y la sensualidad ante el confort de la felpa. Y también ponerse unos calcetines, unos de esos «de dormir». Pero no voy a andar ahora rebuscando en el armario. Dejo la braguita puesta, me libero del sujetador, y sólo me cubro con una camiseta de algodón, de propaganda, que espera destino sobre el respaldo de la silla.

Los segundos que pasan hasta que, levantando el nórdico de plumas lo menos posible, me meto en el sobre, se me eriza toda la piel. Luego el contraste térmico es brutal, pero la sensación de placer se demora porque tengo el cuerpo todavía gélido. En posición fetal, froto un pie contra el otro y junto las manos entre los muslos, pero no es solución: no se puede dar lo que no se tiene, y a cualquiera de mis extremidades les falta temperatura.

Sin embargo a mi lado tengo una estufa humana. Así que me deslizo sobre la sábana buscando su irradiación, pero deteniéndome a unos centímetros para no hacerlo entrar en shock con un posible contacto. Pero es él el que, sin decir nada, culmina el acercamiento. Me gira suavemente y, sin estremecerse ni rehuir la frialdad de mi piel, echa su brazo derecho sobre mi torso, pega su pecho y su pubis a mi espalda y mi trasero, y hace de nuestros muslos uno. Un gustoso escalofrío me recorre de arriba a abajo. Justo entonces, envuelve mis pies con sus piernas de forma que mis plantas reposen sobre los suyos. Su calor me inunda. Y su cariño.


Redactado para la convocatoria de enero (frío), de Divagacionistas.