Secuestrados

–¡Déjalo salir sano y salvo, y después hablamos, que seguro que podemos llegar a un acuerdo!

En el interior del templo la voz del sargento sonaba todavía más metálica que recién salida del megáfono. Esa artificialidad acentuaba la sensación de mentira, esa que tanto odiaba.

–Hágale caso, hijo… y baje el arma. En unas fechas como estas seguro que estaría mejor cenando con sus seres queridos, al igual que todos esos policías que están ahí fuera.

–¡No me jodas, pater! Y no me hables de fechas, que esa es otra: con el calendario también hacéis lo que os sale de los cojones.

–Le aseguro que no sé de qué me habla. ¿Le incomoda la navidad?

–Me toca los huevos vuestra puta manía de meteros en la vida de los demás, y de… de.. ¡de querer sacralizarlo todo!

El cura dio un paso atrás al ver los aspavientos que hacía con la escopeta, pero se atrevió a dialogar:

–¿Se refiere al calendario Gregoriano?

–¿Me tomas por tonto? Si sólo fuese eso. Mira, he leído algo más que el catecismo. Por ejemplo: ponéis en el santoral a san José Obrero para quitarle protagonismo a los Mártires de Chicago y al sindicalismo. O lo de estos días: afirmáis que el nene nació el 25 porque se os dio por cristianizar los cultos paganos del Sol invictus… y, por culpa de esa mierda, ahora hasta el calendario escolar está condicionado por vuestros ritos.

Desde el exterior volvieron a sonar palabras falsas:

–¡Llamaremos al ministerio para hablar de esas peticiones sobre el Concordato cuando no tengas rehenes! ¡Dinos algo!

Se acercó a un vitral y gritó:

–¿Rehenes? La historia, las leyes, la sociedad: todo a su antojo. ¡La Iglesia es la que nos tiene secuestrados, a todos! Pero algunos no padecemos…

Cayó al suelo sin poder acabar su frase sobre el Síndrome de Estocolmo, interrumpido por una detonación, un zumbido, una cristalera rota, y su sangre manchando la fría piedra de la pequeña capilla de San Judas Tadeo. Allí se acababa para él aquella noche. La más larga. La última. Porque en lo que se refiere a la vida no hay segundas oportunidades: ni para los laicos ni para los creyentes.


Redactado para la convocatoria de diciembre (solsticio de invierno), de Divagacionistas.