El aplauso fue más tímido de lo que esperaba. Estaba claro que no iba a ser una ovación, más típica de los mítines y eventos multitudinarios, que de estas ruedas de prensa en las que solo están los representantes de los medios de comunicación, los altos cargos y algunos personajes del aparato político. Pero tampoco contaba con un simple palmotear de algunos de sus acólitos, mientras incluso miembros del propio partido permanecían inmóviles y con cara de circunstancias. Aun así, el Presidente continuó con tono contundente:
—Tomaremos las armas para defender nuestros ideales y nuestros intereses. Nuestro pueblo no le fallará al Estado, a la Nación, a la Patria…. ¡Derramaremos hasta la última gota de nuestra sangre si es preciso!
Pronunció con especial ímpetu la última frase, al tiempo que un enhiesto dedo índice en su mano derecha apuntaba a las cámaras desplegadas frente al atril, e hizo una de esas pausas dramáticas que los redactores de sus discursos le marcaban en las notas con unos puntos suspensivos entre dos corchetes.
Justo cuando iba a continuar, un periodista —probablemente de un medio afín a la oposición, puesto que la práctica habitual era incomodar solo a los del bando contrario—, lanzó una pregunta simple y descarada, sin esperar siquiera al turno de palabra:
—Presidente, ¿usa la primera persona del plural porque usted también se unirá a las tropas sobre el terreno?
Aquellas palabras, en directo y delante de su audiencia favorita, le sentaron como un verdadero ataque: uno de mayor envergadura que las amenazas de sanción que recibía de los líderes de diversos organismos internacionales.
El Presidente se puso visiblemente nervioso y a punto estuvo de responder con un exabrupto, pero el Ministro de la Guerra —cartera que, curiosamente, había sido creada en aras de mantener la paz—, le hizo un gesto de contención. Bien sabía él, por todos los informes de inteligencia que manejaba, que no había que enfurecer a la masa, que la calle no estaba a favor del despliegue militar ni de que el país, que bastantes problemas tenía ya, se embarcase en un conflicto bélico, fuesen cuales fuesen los supuestos argumentos que pudiese haber detrás.
El gabinete, que, sorprendentemente o no, estaba con el periodista y con la gente, y se percató de que era el principio del fin. Pero, por desgracia, tarde, ¿y a qué precio?
Redactado para la convocatoria de febrero (sangre), de Divagacionistas.