—Profe, profe, ¿antes del recreo nos dejas un rato para tomar la tarta y repartir las chuches que trajo Héctor? —no había entrado aún en el aula y ya lo abordaba una alumna auto-erigida en delegada del grupo por un momento.
— Antes de nada, buenos días. ¿Estás de cumpleaños entonces, Héctor? —preguntó avanzando entre los pupitres—. ¿Cuántos son, 45? —siempre hacía esa broma, especialmente a los más pequeños.
—¡Noooo, profe! Cumplo 11 —respondió el homenajeado, algo extrañado.
Pensó en escabullirse de la petición, porque esas cosas derivaban luego en problemas y quejas: que si los dulces, que si los envoltorios… Además, le echaba para atrás que estaba cerca la primera evaluación e iba justo con el temario, y cada minuto desaprovechado implicaba ajustar la programación didáctica para poder impartir todo el currículo.
Pero que en pleno siglo XXI, chavales a punto de pasar al instituto, que van de modernos acoplados a sus smartphones, mantuviesen viva esa costumbre que ya existía en la época de la EGB (en la lejana Transición él mismo había llevado a clase bolsones de caramelos a granel), le parecía hasta tierno.
—Vale. Si trabajamos bien hasta ese momento, no habrá problema —comunicó a su expectante audiencia, con un tono algo melancólico, mientras ordenaba en su mesa el portátil y las fotocopias.
Ambas partes cumplieron. No hicieron falta recordatorios, y la explicación se cortó unos minutos antes de lo prometido.
Esa misma tarde, en casa, cubriendo faltas y calificaciones en la aplicación informática de la consejería, su vista cayó, por casualidad, en la fecha de nacimiento de Héctor: ¡era de abril! No entendía nada: o la base de datos estaba incorrecta, o le habían tomado el pelo, o algo pasaba.
Al día siguiente, llamó a Héctor al pasillo y le preguntó al respecto. El crío, con total naturalidad, le dijo que eso era antes. Le contó lo del accidente, lo de las consiguientes pruebas médicas, lo de la urgente intervención a vida o muerte, y lo del duro postoperatorio. Y como desde entonces, y ya iban cinco años, en su casa su aniversario se celebraba coincidiendo con su paso por el quirófano.
No supo qué decir. Solo le dio las gracias y le dijo que podía volver a su sitio. Él permaneció un instante en el pasillo: debía enjugar una lágrima.
Redactado para la convocatoria de enero (renacimientos), de Divagacionistas.
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