—Al final, los colombianos estos aún van a ser como los esquimales.
—No sé a qué se refiere, jefe.
—¿No dicen que los esquimales tienen cien palabras diferentes para llamar a los distintos tipos de nieve? Pues estos cabrones, seguramente también: según lo pura que sea, según la plantación de la que provenga, según el beneficio que le saquen… —hablaba sin levantar la vista de la mesa ni parar de contar billetes.
—Me perdone, pero he oído que eso no es verdad —el tono del patrón traslucía un cierto temor a llevarle la contraria al capo.
—¿Lo qué? Da igual, déjalo, sea por unos o por otros, eso que se pierden. Nosotros sin embargo sí que tenemos un montón de palabras para la lluvia… y a la vista de estos fajos está claro que ayer aquí sí que precipitó, pero a base de bien. ¡Una buena arroiada… de fariña y de cuartos! —la frase acabó con una risotada y una mirada de complicidad entre ambos.
Todavía tardaron un buen rato en acabar cada uno su faena: el uno, lubricar los motores, llenar el depósito, y cubrir la planeadora con una lona; el otro, ayudándose de unas gomitas, hacer pequeños cilindros de un millón cada uno, calcular el montante total, y separarlo en varias mochilas y cajas, como era costumbre para facilitar luego su reparto.
Mientras arrastraron la enorme puerta corredera de la nave que usaban como escondrijo, en la que podía leerse Efectos Navales Meco, y se despidieron, no repararon en la vieja furgoneta de una supuesta panadería que estaba aparcada a unos metros, en una explanada en penumbra. En su interior dos cabos de la Guardia Civil rebobinaban la cinta de la grabadora y tomaban fotos de los sospechosos. Estaba claro que, antes o después, en Galicia siempre se está a punto de tener que gritar, ¡agua!
Redactado para la convocatoria de enero (nieve), de Divagacionistas.